Según sé están adaptándola
a una serie de televisión. La verdad es que tiene chicha para ser transformada
en algo más allá del libro. Tantos outfits,
tantas imágenes sugestionadas del Madrid castizo y de Maruecos, esa mezcla de
tonalidades, sabores y culturas de que nos habla la protagonista Sira Quiroga,
que casi estoy deseando verla.
Este post os lo escribo el
mismísimo 18 de julio de 2013, setenta y siete años después de que haya empezado
la guerra civil española. La novela tiene como paño de fondo la pré, durante y
pos-guerra, sobre todo la pos-guerra. Primero empieza por describir la pacata
vida de Sira Quiroga en un castizo barrio madrileño como aprendiz de modista,
luego conoce al seductor Ramiro (¿como puede alguien ser un seductor llevando
encima un nombre tan feo?) y su vida da un giro. Siguen unos cuantos años y
otras tantas aventuras en el Protectorado español en Marruecos. Y luego la
vuelta a Madrid de los espías en la pós-guerra civil, con España haciéndose
pasar por neutral, mientras alababa y colaboradora con Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial, y al
poco tiempo empezaba guiñando un ojo a la Inglaterra de Churchil.
He leído novelas sobre la Guerra Civil Española mucho más
interesantes. De hecho hay momentos en que la novela aburre un poco, lo que
hizo que me quedara a media vela sin poder encontrar del todo interesante la
mezcla de romances de Sira Quiroga con los hechos históricos y sus
protagonistas reales: el cuñadísimo
Ramón Serrano Suñer, Juan Luis Beigbeder, el famoso embajador británico Samuel
Hoare y unos cuantos espías que existieron de verdad.
Para el que está buscando
informarse bien sobre la guerra y de cómo ha ido todo, al mismo tiempo que
pretende pasarlo bien mientras disfruta de un romance entretenido y verosímil,
esta no es la mejor novela. Pero si están buscando un romance que tutee a la
guerra civil española y que, además,
aporte datos sobre como era la vida en ella, entonces “El tiempo entre
costuras” es la compañía ideal para un par de noches. Además se deja leer muy
bien y tiene un detalle curioso: normalmente- o según mi experiencia- la guerra
civil como novela es abordada desde uno de los bandos: un carcelero, un
guerrillero, una mujer enamorada y abandonada, una familia que va deshilando
los hechos reales, mientras los mezcla con la ficción, pero siempre queda un
sabor de pobreza y miseria. “El tiempo entre costuras” huele a lujo, a telas de calidad, a gente
perfumada y a meriendas con tartas de babear en esas pastelerías de Chamberrí,
Salamanca o Castellana que al día de hoy siguen siendo inasequibles a los
bolsillos de la gente de a pie de la calle.
Lo mejor de la novela, bajo
mi punto de vista de orgullosa gata-lisboeta (como me llaman mis amigas
gatísimas), vino a eso del capítulo cuarenta y algo, cuando a la protagonista
le informan que tiene una misión en Lisboa. Es entonces cuando Sira Quiroga me
hace sentir hormigas caminando a toda prisa por el estómago cuando dice lo
siguiente:
“Callejeamos
por una Lisboa llena de viento y luz, sin racionamiento ni cortes de
electricidad, con flores, azulejos y puestos callejeros de verdura y fruta
fresca. Sin solares repletos de escombros ni mendigos harapientos; sin marcas
de obuses, sin brazos en alto ni yugos y flechas pintados a brochazos sobre los
muros. Recorrimos zonas nobles y elegantes con anchas aceras de piedra y
edificios señoriales vigilados por estatuas de reyes y navegantes: transitamos
también por zonas populares con tortuosas callejas llenas de bullicio, geranios
y olor a sardinas. Me sorprendió la majestuosidad del Tajo, el ulular de las
sirenas del puerto y el chirriar de los tranvías. Me fascinó Lisboa, una ciudad
un en paz ni en guerra: nerviosa, agitada, palpitante.”
Es decir, en poco menos de
un párrafo describe a los años cuarenta en mis dos ciudades por adopción (una
más que otra): Lisboa y Madrid.
Y esa luz de que habla la
conozco muy bien. Por eso, os dejo no una foto de la portada del libro, sino
una que hizo mi amiga Beatrice un día que nos dedicamos a recoger juntas una
buena parte del casco antiguo en la zona del Castelo de São Jorge, Lisboa, en el pasado otoño del 2008 en que el
frío tardó tanto en llegar .
Beatrice Andre |
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